Si hay algo que reprocharle a Jordi Évole no es que entrevistara a Arnaldo Otegi, sino que no lo haga más a menudo.
Muchos han reaccionado ante el testimonio de Otegi recordando el manido concepto arendtiano de la banalidad del mal, popularizado con la interpretación de que hasta los hombres más corrientes pueden cometer y justificar las peores atrocidades. Jugando con la idea, en fin, de que hay un Eichmann en cada uno de nosotros y de que formamos parte de un engranaje moral que un día podría saltar por los aires por la acción o inacción de personas normales.
La inmensa mayoría de personas, sin embargo, no mira hacia otro lado cuando alguien es asesinado con un tiro en la nuca ni justifica un coche-bomba en nombre de una patria mítica y mística. Es precisamente la incapacidad para pensar moralmente, la falta de empatía ante el sufrimiento gratuito y la voluntad deliberada de no condenar la violencia más abyecta lo que diferencia a Arnaldo Otegi de la mayoría de personas. «El mal humano carece de límites cuando no provoca remordimiento alguno, cuando sus actos se olvidan tan pronto como se cometen», escribió Jerome Kohn a propósito de la obra de Hannah Arendt.
No era necesaria esta entrevista para saber que nada normal ni banal hay en la histeria etarra. En cambio, el auténtico drama moral sigue planteándose con aquellos, mayoritariamente vascos, que ‘sintonizan’ con el líder abertzale. Aquellos que durante años han aplaudido sus discursos, excusado sus amenazas y velado sus ausencias carcelarias. Los mismos hombres corrientes que en el sangriento éxtasis de casi 1.000 muertos y decenas de secuestros veían a sus vecinos no como seres humanos con el mismo derecho a vivir que ellos, sino como personas de las que debían deshacerse llegado el momento, y llegaron muchos.
Esta es la esquizofrenia moral que una conversación con Otegi no podía explicar, tal vez porque siempre ha sido inexplicable. Debemos agradecerle a Évole que le hiciera las preguntas oportunas para que sean sus palabras y no nuestros prejuicios las que hablen. Pero es la infame complicidad de muchos hombres y mujeres que todavía buscan razones para justificar lo injustificable lo que ninguna entrevista periodística podrá hacernos comprender.
En una sociedad abierta y democrática lo normal es que Jordi Évole entreviste a Arnaldo Otegi. Lo anormal es que las palabras del entrevistado no provoquen en lo más profundo de nuestra conciencia un asco indescriptible.